LOS ESPANTAPÁJAROS



Mi familia se dedica a la agricultura desde hace más de 40 años, somos de Jalisco, el estado que más siembra en todo México. Es por eso que para nosotros es muy importante la tierra y los productos que extraemos de ella. 

Desde que estudiaba la preparatoria ayudo a mi papá con la siembra y la cosecha. Esto me ayudó a decidir que tenía que estudiar la carrera de Ingeniero Agrónomo, para con el tiempo mejorar las técnicas agrícolas que usábamos desde tiempos de mi abuelo. Cuando termine la carrera yo me sentía -como cualquier recién egresado- preparado para llevar el negocio familiar con rumbo ascendente y hacerlo crecer como nunca. Hable con mi abuelo y mi padre para proponerles comprar maquinaria nueva y trabajar con nuevos proveedores de productos fertilizantes que prometían mejorar la calidad del producto y su crecimiento. Yo había tomado la iniciativa, incluso había llevado muestras conmigo para mostrárselas al abuelo -quien desconfiaba de todo ese tipo de productos- y explicarle que saldríamos beneficiados al vender más que con los métodos tradiciones que usábamos; su respuesta fue tajante: NO!

La negativa de ambos me decepcionó un poco, me sentí molesto, al grado de que deje de ir a trabajar varios días, me sentía desmotivado, sentía que no me valoraban. Pasados unos días mi abuelo me citó en una de las plantaciones de maíz que teníamos cerca de Ciudad Guzmán, esas tierras eran arrendadas, pertenecían a una familia que años atrás habían dado trabajo a mi abuelo y que incluso lo habían dejado como encargado de esas tierras.

Llegué a la plantación y mi abuelo ya estaba ahí, trabajando como de costumbre. Me vio llegar y con la calma que lo caracteriza me invitó a caminar por el terreno. Yo sabía que me esperaba un largo sermón, una larga plática sobre esperar mi turno, una letanía sobre adquirir experiencia y todo eso que a los mayores les gusta decir para no hacernos sentir como unos inútiles, pero no fue así.

Mi abuelo me comenzó a contar -de nuevo- la historia de cómo llegó a trabajar con aquella familia que era dueña de esas tierras y de como él aprendió todo lo que sabe de esa gente. De repente llegamos a una loma donde según mi abuelo existía la casita de madera donde él vivía con mi abuela y sus 3 hijos, hicimos una pausa y me dijo: "Desde aquí podía ver por las noches a los espantapájaros". Esa frase me dio mucha risa, hoy en día usar muñecos de paja crucificados en medio de una plantación ya no ayuda de nada, las aves aprendieron a observar y dejaron de tenerles miedo, pero quiero pensar que en aquel tiempo eran muy populares y eficaces, por lo que le pregunté a mi abuelo: "¿Mi papá y mis tíos hacían espantapájaros?" -mientras reía un poco- ¿o los hacías tú?, mi abuelo muy tranquilo solo respondió: "Yo nunca supe si los hace Dios o los hace el Diablo". Inmediatamente mi cara cambió, sabía que no estaba jugando, mi abuelo no juega cuando se trata de nombrar a Dios... o al Diablo. 

¿Por qué dices eso abuelo?, Pregunté.

Pues porque así es, hay cosas en este mundo que uno no sabe si son creadas por Dios o vomitadas por el Diablo y esos espantapájaros de lo que te hablo son así, nunca supe si eran buenos o malos, solo sé que estaban ahí y que algo cuidaban.

Cuando yo llegué a vivir aquí, no tenía nada, más que a tu abuela, a tu papá y a tus tíos. Yo era muy joven y tu abuela también, nadie me quería dar trabajo por mi edad, solo recibía trabajos sencillos que pagaban poco, con eso no iba a poder mantener a la familia, fue cuando gracias a un conocido de tu abuela, llegué a pedir trabajo con la familia que nos renta el terreno, en aquel tiempo tenían mucho dinero, les iba muy bien, tenían ganado, sembraban de todo, vendían leche, queso etc. En aquellos años acababan de adquirir esta propiedad y el ultimo caporal les había renunciado porque tenía la intención de irse a Estados Unidos a trabajar, yo llegué a pedir trabajo y al principio no me quisieron dar el trabajo, por alguna razón querían a alguien mayor, alguien que no fuera a dejarles tirado el trabajo una vez más. Días después me buscaron y me aceptaron, así fue que llegamos a vivir aquí. Mi trabajo era sencillo,  tenía que cuidar el rancho, los animales y la plantación de maíz que acababan de sembrar, dar mantenimiento a la casa, limpiar el terreno, ordeñar  etc. Al principio todo iba bien, esos trabajos yo los sabía hacer desde pequeño y con los chamacos ayudándome en cosas básicas era más fácil. No teníamos luz eléctrica, solo nos alumbrábamos con candiles y obviamente no teníamos refrigerador por lo que no podíamos guardar comida, vivíamos y comíamos al día con lo que la tierra nos proveía. Tu abuela molía maíz hasta tarde para poder hacernos tortillas temprano en la mañana, limpiaba frijol, siempre estaba al pendiente de todo, una noche entró muy asustada a la casa mientras yo descasaba y le pregunté qué pasaba, sólo me dijo que había visto una luz que rebotaba en la tierra como su fuera una pelota encendida y que de la nada desapareció. Yo nunca había visto nada, pero tu abuela no acostumbraba a mentir, así que no tenía razón para dudar de ella. 

Desde ese día todas las tardes y algunas noches salía yo a recorrer los alrededores de la casa en busca algo extraño y generalmente no encontraba nada, pero en cierta ocasión escuche ruido de animales, en ese tiempo teníamos algunas vacas a nuestro cuidado y mi primer pensamiento era que alguien se las quería robar o que algún depredador las estaba atacando, salí de inmediato con machete en mano y con tu tío el mayo atrás de mi con una linterna, las vacas estaban en paz, no sucedía nada, las conté y no faltaba ninguna, pensé que tal vez el depredador había huido antes de que yo llegara y nos regresamos a la casa, justo antes de llegar vimos a una figura salir de la casa caminando y perdiéndose entre los matorrales, corrí de prisa a ver a los niños y a tu abuela y todos estaban bien, les pregunté que quien era el hombre que salió de aquí y todos me miraban con extrañeza, nadie entró a la casa mientras salimos, pero tu tío también lo vio y me apoyó, tu abuela preparó un poco de café y envió a los niños a dormir. Cuando nos quedamos solos me comentó que ella había visto a ese hombre caminar entre los maizales por las noches, que algunas noches usaba un sombrero y algunas noches no, pero que nunca lo veía hacer nada raro, solo caminar y desaparecer en la oscuridad. Yo usualmente no creía ese tipo de historias, por lo que solo le dije que lo mejor era rezar y pedir que nada malo nos pasara. Pasaron algunos días y comencé a notar algunas cosas extrañas, algunas mazorcas  se podrían y presentaban un color muy parecido al del coyote y si lo probabas sabia horrible, no presentaba hongos o alguna plaga que los afectara, los dueños de los maizales me daban algunas recetas caseras y remedios para proteger el maíz y las mazorcas de plagas o enfermedades que pudieran contraer, pero con esas mazorcas en especial nada servía. Tomé la decisión de cortar de tajo esa sección y quemarla para evitar que alguna espora afectara a las demás, al otro día en la sección que corte con machete había matas pequeñas de agave sembradas pero no había sido yo, me imagine que había sido el hombre que se paseaba por las noches en el terreno. Esa noche decidí quedarme despierto para ver si lo podía ver y lo que vi fue la bola de luz de la que me había hablado tu abuela, rebotaba por todo el maizal y llegó a un punto donde se detuvo y pareció enterrarse en la tierra. De inmediato regresé a la casa por una pala y me puse a cavar. Había cavado un metro de tierra tal vez cuando la pala golpeó algo que sonó a barro, seguí cavando hasta que lo desenterré, era una vasija de barro del tamaño de una maceta grande, pesaba mucho, como si tuviera tierra adentro y en la parte de arriba estaba cubierta por una especie de tela, me alumbré con una linterna para retirar poco a poco la tela, cuando logre sacar el manto que cubría el interior pude ver que la vasija estaba llena de artículos de plata, oro y joyas que parecían preciosas, incluso algunas monedas con grabados de un águila, llevé todo a la casa y le dije a tu abuela lo que había pasado, yo estaba muy feliz, si vendía todo eso podríamos comenzar un negocio, comprar una casa propia y por fin darle a los hijos lo que necesitaban, pero tu abuela siempre más inteligente que yo me advirtió que nada es gratis ni fácil en esta vida, que no debería hacer nada con todo eso hasta que supiera bien que es. La familia de tu abuela es originaria de Oaxaca, en el sur tienen creencias muy extrañas y una de ellas es que en tiempos de la revolución, cuando los hacendados comenzaban a perder su poder, y comenzaron los saqueos por parte de los obreros, enterraban sus bienes para que no les fueran robados y que algunos incluso los protegían con alguna especie de brujería para que nadie encontrara sus pertenencias de valor, que en el sur encontrar oro y joyas enterradas en la tierra es más una maldición que una bendición. Te repito que no soy creyente de supersticiones, soy un hombre de Dios y eso para mí parecía más una señal de Dios que una maldición, pero una vez más le hice caso a mi mujer y regrese a enterrar la vasija a su lugar, no me quedé con nada, le devolví a la tierra todo lo que me acababa de ofrecer. Dos días después le dije al patrón lo que había encontrado y le mostré el lugar donde había encontrado la vasija, con mucho cuidado la sacaron de la tierra y la revisaron, él y su hijo se veían asombrados, no podían creer que en un terreno que ellos compraron a un muy bajo precio y alejado de todo hubieran encontrado tremendo tesoro. En agradecimiento el patrón me ofreció dinero, pero no lo acepté le dije que lo único que le pedía era que me ayudara con un mejor sueldo para poder enviar a tu tío a la secundaria y después a los otros dos y así lo hizo.

A los 2 años de haber llegado a este lugar, el rancho había crecido y también los ranchos vecinos y eso atraía a muchos ladrones de ganado, la familia para la que trabajaba había comprado unos terrenos vecinos para agrandarse y poder sembrar más cosas, también habían comprado más ganado e incluso maquinaria para hacer más fácil el trabajo, nos consiguió una planta de energía eléctrica que funcionaba con gasolina, con el dinero que hizo vendiendo todos esos tesoros encontrados hicieron mucho dinero, por algún tiempo les fue muy bien y a mí me trataban bien en agradecimiento por no haberles ocultado aquello. Yo me reprochaba el haber escuchado a tu abuela, sentía que había cometido un error, que esa fortuna debía ser nuestra y yo la regale, dicen que la suerte ni se vende ni se regala y yo lo había hecho, todo este tiempo trabajando para nada y cuando pude hacer algo lo regalé a alguien que no lo necesitaba. Una noche fui con tu papá y tu abuela al pueblo a comprarle zapatos porque ya se iba a la secundaria, ese día regresamos tarde y caminamos un buen tramo casi a oscuras, al llegar al rancho vimos que 2 hombres caminaban por el terreno muy sospechosamente, como si no quisieran que los vieran, pensé en enfrentarlos y ahuyentarlos pero vi que uno tenía una pistola en la mano y tampoco quería arriesgar la vida de tu papa y de tu abuela, por lo que nos ocultamos para ver que hacían, yo tenía miedo que fueran a hacerle algo a tus tíos que estaban solos en la casa. De pronto un tercer hombre salió de entre el maíz y les hizo señas a los otros dos para que se dirigieran a la casa, de inmediato salí y les grité, uno de ellos me apuntó con la pistola y me ordeno que me tirara al suelo, que si no ponía resistencia nada me iba a pasar, yo solo les pedía que dejaran salir a mis hijos y que se llevaran lo que quisiera que de todos modos no era mucho, el hombre se acercaba caminando diciéndome que era un cobarde, que me iba a matar y después a mis hijos, que me perdonaría solo si le decía donde había encontrado la vasija llena de plata y oro, para encontrar más, porque según ellos donde había una habían más. De alguna manera el secreto se había sabido y ahora los que habían escuchado la historia querían buscar tesoros. Los llevé al lugar con la condición de que dejaran salir de la casa tus tíos y yo viera que salía de la propiedad, donde los esperaban tu papa y tu abuela, ya en el lugar les mostré donde había encontrado la vasija y me ordenaron cavar más profundo, yo lo hacía más para darle tiempo a mi familia de huir que por querer ayudar a los ladrones, ya había cavado bastante y había hecho hoyos por casi todo el terreno, no sentía los brazos y del cansancio me desmayé, no se cuánto tiempo estuve tirado pero cuando desperté pude ver a uno de los ladrones tirado a mi lado y vi como uno de los hombres misteriosos que rondaban el terreno por las noches arrastraba a otro hacia los matorrales, eso me dio mucho miedo porque con la oscuridad no se podía ver mucho pero lograba ver lo suficiente para darme cuenta de que esos hombres no pertenecían a este mundo. Cerré los ojos y comencé a rezar lo que podía, hasta que se llevaron al último hombre arrastrando, pensé que seguía yo y no quería imaginarme a donde me llevaría, me cubrí la cabeza y me quede boca abajo esperando el momento que nunca llegó. Desde esa noche comprendí que estas entidades no nos querían hacer daño a nosotros, de alguna manera convivan con nosotros, mis hijos se acostumbraron tanto a ellos que los llamaron "los espantapájaros" y así les decíamos todos. No sabíamos su propósito, solo que caminaban entre los maizales y alrededor de la casa como vigilando algo.

Al poco tiempo la familia para la que trabajaba comenzó a caer en desgracia, primero la mujer de mi patrón contrajo una fuerte enfermedad que no le pudieron curar y murió, ni con todo el dinero del mundo la pudieron salvar, después uno de sus hijos en una pelea mató al esposo de su amante y estuvo preso muchos años, el abogado que les llevaba el caso solo les sacaba dinero con mentiras y al final nunca pudo reducir la sentencia, las ventas de bajaban y comenzaron a vender los animales y algunas tierras que habían comprado poco tiempo atrás, solo les quedaba una tienda en el centro del pueblo y 2 terrenos más entre ellos este. Al morir el patrón, los hijos se hicieron cargo de todo y no pudieron levantar el negocio, yo sabía que no tardaban en vender esa propiedad y pedirme que me fuera, por lo que yo me anticipé y renuncié, Arturo el hijo mayor aceptó mi renuncia y fue a verme un día antes de que yo me fuera de aquí, se sentó con nosotros a comer y con mucha tristeza comenzó a contarnos que ese tesoro que había encontrado y que él y su padre habían vendido para comprar más cosas y hacer crecer el negocio había sido la causa de sus desgracias, todo lo que habían adquirido con ese dinero lo habían perdido, las enfermedades de sus padres eran enfermedades que para la época ya eran curables pero que en el caso de ellos nada funcionó y murieron. Que por las noches veían a un hombre de traje y sombrero que caminaba por la sala de su casa y se sentaba en una mecedora a fumar, su padre en una ocasión tomo el valor para enfrentarlo y lo que le dijo aquel hombre fue que ahora tenía que cargar con él, porque no era justo gastar su dinero y no cargar con el muerto. 

Cuenta mi abuelo que ese día don Arturo le dijo que desde la muerte de su padre, aquel hombre se aparecía en su casa como una sombra, caminando de un lado a otro por las noches, sus hijos tenían miedo, su mujer no portaba eso. El ya no sabía qué hacer, que incluso había acudido con un médium para que le dijera que era lo que quería y que la respuesta fue que quería que le regresaran lo que era suyo y que de no hacerlo tendría que cargar con él. Mi abuelo le comentó a Arturo que en el terreno veían a dos hombres de las mismas características caminar por las noches, no hacen nada, solo caminan como almas en pena, Arturo solo le dijo que no pensaba vender ese terreno, que lo pensaba conservar y rentarlo, él había decidido no continuar con la actividad agrícola.

Desde que mi abuelo dejó de trabajar para esa familia, las cosas cambiaron, con la experiencia que había adquirido y con sus hijos ya mayores pudieron y saliendo adelante poco a poco, la idea de respetar la tierra y de regresarle a la tierra lo que nos provee, se volvió su mantra, con el tiempo compro un terreno y comenzó a sembrar, con la ayuda de mi papá fueron creciendo hasta llegar a donde están. Después de que vivió algunos años en ese terreno, ahora lo renta para sembrar, regresó a ese lugar a revivirlo, nunca hemos perdido cosechas ahí, todo lo que siembras se logra y sin necesidad de cuidar que alguien nos robe o que las plagas destruyan el maíz. 

Después de escuchar su historia, me llevó al lugar justo donde años atrás había encontrado la vasija, ya había construido una pequeña capillita en honor a la virgen y custodiando la capilla había dos muñecos de espantapájaros no muy grandes, uno con sombrero y el otro sin él. 


Entendí que había muchas cosas que desconocía sobre le negocio al que nos dedicábamos y que existen cosas que están fuera de nuestro alcance, comprendí que encargarme del negocio familiar no iba a ser de la noche a la mañana, que tenía que esperar mi turno. Hasta apenas hace un año mientras cargábamos los camiones con maíz en el terreno de ciudad Guzmán, logre ver a los espantapájaros, caminando entre las plantas y perdiéndose en la oscuridad, yo espero que sea una señal de que mi momento se acerca y tengo claro de que lo haré con el respeto que la profesión lo exige.

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