SABINO (Encuentro con brujas)



A
l ser de un pueblo en el sur de México –la zona con la mayor densidad y mezcla cultural del país- he estado en contacto con infinidad de historias y leyendas, muchas de ellas enfocadas en el misticismo y la brujería, otras tantas en la fantasía y ese amor desesperado por descubrir si existe vida después de la muerte. Dado que, como en la mayoría de las familias de esta parte del país fui educado como católico, tiendo a menospreciar y a tomar como meros cuentos lo que escucho de la gente de antes cuando se trata de leyendas o asuntos paranormales. Hasta que conocí a Sabino.
Sabino es un tipo normal, tiene un trabajo, tiene dos hijos, tiene una buena esposa y como muchos hombres, tiene una amante, pero a decir de Sabino, solo  Reina -su esposa- está en su corazón.

La vida de Sabino gira en torno a trabajar para mantener a su familia y que el dinero le alcance para llevarle algún regalo a su amante. Una persona como él no tiene tiempo para curiosear, no tiene tiempo para echar a volar la imaginación, por eso cuando Sabino dice que conocer a Tía Chenda fue una experiencia que él no hubiera planeado. Y yo le creo.
La rutina diaria de Sabino se divide en dos momentos: antes y después de su jornada laboral. Él es chofer de camiones de pasajeros, viaja a diario entre 3 comunidades transportando gente, para lo cual su rutina de la mañana es muy estricta. A diario se despierta a las 4:30 de la mañana, se baña (tiene sobrepeso y por el calor suda durante toda la noche), desayuna –Fuerte- y toma mucho café. Una vez la jornada laboral termina, la rutina es un poco más variada, dependiendo del día puede que Sabino esté sentado en una cantina jugando cubilete o pueda que esté cenando en alguna taquería con Ana –su amante 17 años menor- y ocultándose de las miradas chismosas de la gente que pasa cerca.

Fue una de las noches en las que jugaba cubilete con 2 compañeros choferes en la que escuchó un relato sobre una mujer de la que poco se sabía, tan solo que era dueña de un enorme terreno cerca de la desviación conocida como “la Chirrera”.

La historia cuenta que la mujer nunca era vista por las mañanas y que nunca visitaba los pueblos cercanos para hacer compras o para atenderse; absolutamente para nada. La casa en la que vivía era precaria pero grande, de madera pero sin detalles que indiquen que personas de alta sociedad vivieron ahí, el techo es de tejas pero por el deterioro de las mismas, hay partes que están cubiertas con tablones de madera picada. El terreno en el que se encuentra la casa es basto, seco, árido y sin rastros de haber sembrado algo en años, no cuenta con luz eléctrica y no parece tener más que un pozo y 2 árboles de mango, para llegar a ese terreno pasas 2 cañales y un rancho ganadero en un largo camino de terracería y piedras; lo cual lo hace poco accesible. Si logras llegar a la entrada no ves más que la delimitación del terreno hecho con troncos secos de cocuite y un muy oxidado alambre de púas, incluso hay tramos donde ya no hay alambre. A decir de Don Félix la casa se ve desde la entrada del terreno, pero nunca se ve a nadie, lo que han pasado por las noche no ven más que el destello de un candil, pero nunca han visto a quien habita la casa. Como en la mayoría de estas historias, surgen dudas; ¿Cómo saben que es una mujer? ¿Vive sola? ¿De qué vive? ¿Quién la ha visto?, la respuesta de Don Félix fue que el dueño del rancho ganadero que está antes de llegar a esa propiedad la conocía, según él por un asunto legal sobre la delimitación del terreno y por la desaparición de ganado durante una época. Según la descripción del ranchero, la mujer era anciana, usaba ropa suelta y un rebozo en la cabeza aunque este adentro de su casa, mide menos metro y medio, no usa zapatos y tiene una voz grave; como de fumadora. A la mujer la acompaña un enorme y agresivo perro negro al cual tuvo que amarrar para que no atacara al ranchero. El carácter de la mujer es tosco y no acepta que la inculpen por actos fuera de su poder (cosa que es más lógica aun), como la desaparición del ganado de los ranchos vecinos.

“Todos los ganaderos o rancheros de por ahí le tiene miedo –continua Don Félix- unos dicen que heredó todo de su marido que era bandido y asesino en las épocas después de la revolución y que le daba una vida horrible llena de golpes, abusos y amenazas que la hicieron ser una mujer casi sin sentimientos, otros dicen que ella mató a su marido volviéndose loca cuando supo que éste la engañaba con su hermana y así heredo el terreno, otros simplemente le temían porque decían que la mujer era una bruja”.

La palabra “Bruja” le pareció graciosa a Sabino -quien tuvo un recuerdo de la vez que hizo el amor por primera vez con Ana, porque para él, las brujas solo conseguían que tu pareja no te dejara o te maldecían si las traicionabas. Ana esa noche le dijo que ella era una bruja y que no iba a permitir que la abandonara, amenazándolo con hacerle “un trabajo” a sus hijos si se atrevía a dejar de verla; a Sabino le dio más risa que miedo esa amenaza.

Sabino nunca contó esa historia a su familia, pues pensaba que era producto de la imaginación de Don Félix, conocido por exagerar lo que a él otras personas le contaban como ciertas. En cambio pronto olvido la historia y los detalles.

Dos meses después, con el asunto completamente olvidado, Sabino tuvo un percance en el tramo que conecta el pueblo de Santa clara con la comunidad de Cabezales. Chocó de lleno con una camioneta hiriendo al conductor y atropellando a un perro, al creer que el conductor de la camioneta había muerto (producto de la sangre que dejo el perro), se dio a la fuga entre 1 maizal con dirección a la carretera que conecta al estado de Veracruz con Oaxaca. Según cuenta Sabino, la noche lo alcanzó y nunca encontró la carretera federal. Tomó como refugio una construcción en obra negra que estaba junto a un rastro, él no veía bien; el cansancio, la deshidratación, la falta de comida y el descenso de la adrenalina en el cuerpo causaron que la mirada se le nublara y tuviera mareos, para esas alturas él no sabe qué hora es ni donde está, solo sabe que lo buscan por la muerte de una persona.

Al otro día se acercó a una casa a pedir agua y comida, les dijo a las personas que lo ayudaron que era indocumentado y que se había perdido. La familia le presto el teléfono para hablar con un familiar que supuestamente tenía en México; Le marcó a Ana.

Ana tiene una historia de abandono, abusos y adicciones desde muy corta edad, por lo cual no buscaba una relación seria con nadie, solo buscaba quien le diera las cosas que ella quería, cosas que tal vez no eran lujosas, pero que para ella era caprichos que la hacían sentir más querida que las esposas de sus amantes en turno.

Cuando Ana le contestó el teléfono, Sabino se echó a llorar y le contó lo sucedido. Le dijo que tenía que esconderse hasta que su patrón arreglara el problema con el abogado. También le dijo que no le había hablado a su esposa Reina, porque no la quería meter en esto y él sabía que la policía no iba a buscar a Ana, confiando en la clandestinidad de su relación. Ana le dijo que no se preocupara, que ella conocía a alguien que le podía dar un lugar donde quedarse unos días en lo que la situación se aclaraba; acto seguido le dio instrucciones precisas de cómo llegar a donde sus conocidos, a su vez, estos le dirían como llegara su destino y le advirtió que no fuera por la noche, que eran muy desconfiados y que le podían disparar si se aparecía por la noche en su casa.

Lo que Ana no le dijo a Sabino fue que el conductor de la camioneta no había muerto, que estaba en el hospital pero que no corría peligro alguno, que la sangre era de un perro que iba en la camioneta y murió. Tampoco le dijo que el seguro del camión estaba pagando los gastos médicos y que el abogado del patrón le había conseguido un amparo; todo en un día (algo raro si se piensa en cómo funcionan las cosas en México). A decir de Sabino, si él le hubiera marcado a Reina -su esposa- y no a Ana, él no hubiera tenido que conocer a Tía Chenda, pero como dicen: “el hubiera no existe”.

Con el poco dinero que Sabino traía, compró comida y comenzó a seguir las instrucciones que Ana le había dado.  No podía tomar camiones ni taxis, pues él pensaba que habría retenes buscándolo, tampoco podía dejarse ver por los pueblos por la misma razón. Tomó un camino vecinal en el que se encontraba a una persona cada veinte minutos hasta llegar a una desviación que lo dirigía a una comunidad en donde una mujer llamada Flor le iba a decir cómo llegar a Tibernal; su destino. Flor parecía una mujer de cincuenta años pero en realidad estaba al final de sus treintas, tenía dos hijos varones que se dedicaban al campo, ella tenía una mirada y voz cansada y unas manos llenas de cayos que indicaban que había trabajado el campo desde niña, además flor era viuda a su corta edad y tenía una cicatriz en la cara que parecía hecha con un cuchillo caliente, ese tipo de cicatriz que no solo corta si no que deja la piel quemada y derretida. Pasaban las cuatro de la tarde cuando Flor le dio una jícara con agua y 3 guayabas para el camino y le advirtió: Si te agarra la noche mejor te regresas por el mismo camino y te quedas a dormir, pero Sabino que era un hombre de pueblo sabía que a los hijos de Flor no les iba a caer bien la noticia de que un desconocido durmiera en su casa, a lo que solo contestó que si –aunque sabía que no lo haría-.

En esta parte de la historia, todos los acontecimientos aquí narrados son descripciones e indicaciones hechas por Sabino en estado de ebriedad, ya que según dice; esa historia no la cuenta sobrio por el miedo que le produce recordar los eventos.

“Caminé por el sendero que me había dicho Flor, por alguna razón, flor se me hacía conocida. El camino no era más que tierra seca, de un lado la cerca de ranchos y del otro también. Algunas veces me encontraba a algún cristiano caminando con su perro o con su caballo, pero fueron máximo tres, durante la caminada sentía como si alguien me acompañara, me sentía observado, seguido, yo decía que eran mis delirios de persecución porque pues bueno, acaba de matar a alguien según yo. Ya eran como las 6 de la tarde y el sol comenzaba a esconderse, pero ya había avanzado un chingo, ya no iba a regresarme. Pase cerca de una casita al bordo del camino y cuando le dije buenas tardes al hombre que estaba afuera limpiando maíz, su perro se me vino encima, yo me asusté y de buenas a primeras el perro se asustó, me tenía más miedo a mí que yo a él, eso me tranquilizó, pero al viejo ese no le hizo gracia y me dijo, lárgate de aquí y llévate esa madre, porque aquí ya estamos hartos de esas porquerías. ¿Esa madre? ¿Porquerías? No sabía de qué hablaba ese viejo. La verdad yo pensé que estaba borracho y seguí caminando, se me hizo tarde y se vino la noche pero no sentía miedo, le tenía más miedo a la cárcel que a la noche, dicen que en la cárcel te violan, en una noche como esa cuando mucho me iban a matar. Por fin vi una casita que tenía una luz prendida adentro, pero no veía gente, la cerca estaba toda oxidada y caída, pues me metí al terreno y caminé hacia la puerta de la casa gritando: buenas!... Buenas!, pero nada. Cuando estaba como a 20 metros de la casa escuche un perro y me detuve, no quería que me mordiera; ya no tenía piernas para correr, por suerte el perro no estaba suelto, lo tenía agarrado una anciana, la anciana no media más de 1.40 m –chiquita la viejita- caminaba encorvada y tenía como una jorobita, andaba descalza, usaba falta larga pero se le veían los pies llenos de venas y manchas, era de noche y ella traía un trapo en la cabeza, como para cubrirse del sereno, su voz era ronca, como de alguien enfermo de los pulmones, si bien no le veía la cara de primera vista, sentía su mirada –fuerte y directa- sobre mí. La mujer me pregunto qué hacía en su propiedad, que si no me iba de su casa me iba a disparar y luego a soltar al perro para que me terminara de matar; casi me caigo de miedo, inmediatamente le dije que me había perdido, que buscaba un lugar llamado Tibernal que me mandaba Ana y que Flor me había dicho como llegar, que necesitaba donde dormir una o dos noches máximo. De repente ella dijo: ¿Ana? ¿Ella te mandó? Sí; le contesté y con un movimiento de manos cayó al perro que no dejaba de ladrar desde que llegué y me invitó a pasar. Me dijo: aquí es Tibernal y yo soy Tía Chenda”.

“Adentro de la casa no había más que unos muebles viejos, una cocina que se caía a pedazos, la madera de las paredes estaba húmeda y podrida, el techo de tejas se estaba derrumbando, el piso era de tierra, había velas por todos lados, no sé cómo una viejita podía vivir ahí, parecía no tener comida, pero tenía muchas hiervas, me invitó a sentarme en lo que parecía la sala. Los muebles tenían polvo sobre el polvo y en las paredes solo había una foto de una joven pareja vestidos de novios pero me dio miedo preguntar si era ella con su marido, capaz que el señor está muerto y la doña se pone triste. De no sé de donde, me saco un té, según ella para reponer las fuerzas del camino y un pedazo de pan duro. Mientras tomaba el té y comía, ella me hacía preguntas sobre Ana ¿Cómo está? ¿Dónde vive? ¿Tú eres suyo? Y yo le respondía de manera general a sus preguntas, pero ella era insistente, quería saber todo sobre Ana. Para evitar tantas preguntas le pregunté como conocía a Ana y a Flor, si era su familiar o amistad de su familia; Tía Chenda respondió: a las niñas las conozco desde chicas, Ana se vino a vivir conmigo cuando tenía 8 años no aguantaba a su papa y su mamá era una pendeja. Un día vino y me dijo que se quería quedar a vivir conmigo y le dije que sí, Flor nunca vivió conmigo pero siempre que necesitaba algo venía con nosotras, Flor trabajaba desde niña y sus hermanos la ofrecían con sus amigos, eran unos cerdos, afortunadamente murieron jóvenes y le dejaron de hacer daño. Yo me sorprendí de que unas mujeres tan jóvenes pasaran su niñez cerca de una mujer tan anciana, la plática se hacía lenta, cada vez había menos tema de conversación y aparte el sueño ya me estaba ganando, le pedí permiso a la vieja para dormir en el sofá, pero ella me ofreció su cama, la verdad yo no quería, pero la mirada de la mujer era tan pesada que era imposible decirle que no, mas por miedo que por educación. Me fui a dormir y por fin me pude quitar el pantalón y los zapatos, al principio la desconfianza me hacía no querer dormir, solo descansar, pero el sueño me ganó.

No sé qué hora era, pero sé que era tarde, ya de madrugada. Entre sueños escuche una voz que me decía: Despierta gordo, ya llegué. No lo podía creer, era Ana, estaba en la casa de Tía Chenda, verla y escucharla me dio mucha emoción, por fin alguien conocido, por fin alguien con quien desahogarme de la preocupación que tenía adentro. Le dije: ¿Qué haces aquí mi amor? ¿A qué hora llegaste?, ella no me contestó, solo me dijo que no pasaba nada, que no me preocupara, que ya estábamos juntos y que juntos íbamos a superar esto, yo quería saber todo, todo lo que había pasado y lo que se comentaba, pero pues ella estaba rara, como apresurada, no quería platicar solo quería besarme y comenzó a tocarme la entrepierna como desesperada, y no es que yo no quisiera –tenía las mismas ganas que ella- pero pensar que la viejita pudiera escucharnos y se pudiera enojar, me daba miedo. Algo hizo conmigo, porque en el momento que me paso su boca por la oreja, comencé a sentir un deseo sexual impresionante, y se me olvido el miedo y todo lo demás, de inmediato comencé a tener sexo con Ana, o lo que yo pensaba que era Ana”.

“Ana por lo general no hacia tanto ruido, vaya ella se dedicaba a eso, ella se prostituía, las prostitutas ya ni sienten, pero ese día era diferente yo me excitaba con solo escuchar como gemía, gozaba y gritaba, hasta que los gritos ya no eran de Ana. Como estaba bien oscuro no veía nada, pero escuchaba un jadeo y gemidos graves, roncos, un jadeo acompañado de garraspera como cuando estas borracho y roncas, esa no era Ana, yo lo sabía, como pude comencé a tocarla y sentía su figura algo extraña, la chamaca no era delgada pero no estaba aguada, era gordita pero maciza y lo que estaba sobre mi parecía un flan, toda flácida, con las manos le quise agarrar la cara y no me dejó, me sometió agarrándome de las muñecas y me puso las manos en el colchón. Fue cuando sentí que me pasaba su lengua rasposa y larga por el pecho que el frío se apoderó de mis piernas y no me pude mover, quise gritar y no podía, sentí esa sensación de cuando se te sube el muerto, pero yo estaba despierto y forcejeaba con las manos, pero la mujer no me soltaba, me puse a rezar La magnífica -oración que Sabino aprendió desde niño porque su mama era muy religiosa y la rezaba diario antes de comenzar a trabajar- y justo cuando comencé a rezar en voz alta la mujer dio un brinco y salió del cuartito, afuera yo escuchaba como gritaba palabras en desorden, y su voz era fuerte y clara, me vestí de inmediato y trate de salir por una ventana pero esta estaba cerrada con clavos. Me persigne y salí del cuarto rezando en voz alta La Magnifica, y la mujer me señalaba y me gritaba que me fuera, que estaba maldito y que me iba a encontrar, el perro se jaloneaba con la cadena, yo salí corriendo hacia la oscuridad rezando y pidiendo que el perro no se soltara o que la mujer no lo soltara; nunca sucedió. En algún momento me detuve y vi que nadie me seguía, pero las ramas de los árboles se movían como si algo anduviera en las copas, yo sentía frio y miedo, caminaba llorando y rezando, los pies me temblaban y las manos eran incontrolables; de repente me desmayé”.
“Me despertó un hombre que pasaba en un caballo, ya era de día y yo estaba descalzo y en posición fetal, el hombre que me encontró me dijo que cuando me encontró yo estaba muerto de miedo y que repetía la palabra Reina –el nombre de mi esposa-, me dijo que si necesitaba algo lo esperara ahí y me traería agua y comida. Yo no podía caminar y lo esperé. No tardó ni 5 minutos cuando me trajo agua, queso y 2 tortillas, después de comer me llevo a su casa y le conté todo, desde al accidente hasta lo que me sucedió en casa de Tía Chenda, el hombre no parecía sorprendido. Su mujer me dijo que esa mujer era bruja y que nadie se acercaba por ahí y menos de noche, que una vez al mes se escuchaban gritos y risas, como si hubiera una fiesta y luces como de lumbre que llegan a esa propiedad, en las cercanías se dice que son fiestas satánicas donde otras brujas se reúnen y a adorar al demonio, que yo tenía suerte de haber salido vivo de ahí y que me fuera a confesar lo más pronto posible. La familia que me ayudo me dio chance de bañarme y el señor me llevó a caballo hasta la desviación de la Chirrera, donde yo iba a agarrar un taxi de esos rurales y llegar a mi casa”.

Sabino cuenta que cuando llegó al pueblo donde vivía la gente lo veía como viendo a un fantasma, un conocido se acercó y le dijo que en su casa ya lo iban a empezar a velar porque pensaban que estaba muerto, su conocido lo llevó en su camioneta a su casa y efectivamente, había gente llorando y esperando lo peor, entre ellos su mujer y sus hijos. Sabino se echó a llorar al ver a su mujer y así estuvo por alrededor de una hora. Cuando pudo tranquilizarse agradeció a los vecinos la preocupación y pidió lo dejaran solo con su familia, que tenía que hablar con ellos. Esa tarde Sabino le contó todo a su familia, desde el amorío que tenía con Ana, hasta los acontecimientos de la noche anterior, su familia no sabía si sentir coraje, miedo o alegría de que Sabino había vuelto a casa, sano y salvo. Sabino les contó como La Magnifica le había salvado la vida y como ese evento lo había hecho recapacitar sobre su vida, les pidió perdón y una segunda oportunidad; Sabino hablaba en serio.

Al día siguiente sabino se presentó en la comandancia de la policía para arreglar el problema del accidente y conoció toda la verdad, ahora solo debía pagar una multa de tránsito y esperar el juicio pero en libertad gracias al amparo que su patrón le había tramitado. Pidió a su mujer y a sus hijos que lo acompañaran a confesarse y a dar gracias a Dios por haberlo salvado, lo mismo que a la virgen. Después de salir de la iglesia, le pidió a su familia que lo dejaran solo para ir a ver a su amigo Félix y contarle lo que le pasó, pero en realidad Sabino iba a ir a ver a Ana para decirle que no quería verla más y reclamarle por haberlo enviado a ese lugar con esa mujer.

Cuando Sabino llegó a casa de Ana, vio todo cerrado, y usó la llave que tenía para entrar. Una vez adentro se dio cuenta que la casa estaba vacía, solo quedaban algunos trapos y zapatos viejos tirados y una caja con papeles fotos y artículos personales de Ana, Sabino pensaba que ella iba a regresar por sus cosas y decidió esperarla un rato más. Pasaron dos horas y Ana nunca llegó, enojado y sin nada que hacer, comenzó a revisar las cosas de la caja, ahí encontró fotos, una en especial que ya había visto en la casa de la Tía Chenda, era un foto en blanco y negro que estaba en la mesita cerca del sofá donde Sabino comía pan y tomaba un té, en la foto aparecían 4 mujeres de mediana edad con ropas de época y 2 niñas con iguales vestimentas. Sabino recordó la foto en casa de la anciana y recordó también la historia que esta le había contado sobre Ana y Flor, por lo cual no le pareció raro que las niñas de la foto fueran ellas, lo que le parecía raro es que era una foto muy antigua y parecía de otra época. La curiosidad siempre ha sido una debilidad en los hombres, y esa curiosidad lo llevó a buscar más en el interior de la caja, ahí encontró más fotos  y papeles, recortes de periódicos y a actas de defunción de recién nacidos. Las fotos mostraban a las mismas mujeres en reuniones sociales y en lo que parecía una fiesta, los recortes de periódicos hacían referencia a las misteriosas muertes de 2 adultos que murieron quemados en su casa mientras dormían y de 2 jóvenes varones que se ahogaron en un rio, las actas de defunción eran de 2 niñas recién nacidas con apenas 2 años de diferencia entre ellas, en el nombre de la madre se leía Ana Rosaura Méndez –Ana- y en el nombre de la Abuela Materna decía: Rosenda Villa; Tía Chenda.

Sabino se llevó la caja y recurrió a Don Félix para contarle todo, Don Félix le dijo que se podía tratar de brujas, que buscaran a un brujo que vivía cerca de la frontera con Veracruz para que le dijera que era lo que le había pasado a Sabino; una semana después así lo hicieron. Al llegar al lugar, los recibió un hombre alto y delgado y les dijo que pasaran, a decir de Sabino el hombre conocía sus nombres y veía su preocupación en la frente (esa información pudo ser dada por Félix previamente para darle más fuerza a la reputación del brujo), también comenta que el brujo no poseía más que algunas imágenes religiosas y esotéricas en su casa y un sahumerio. Sabino le contó con lujo de detalle su historia y le mostró los documentos de la caja, el brujo los analizó y –según él- vio más allá en cada una de las fotos. El resultado fue desalentador.

El brujo les confirmó lo que Don Félix había comentado desde un principio, la historia del brujo era que las 4 mujeres de la foto eran brujas que vivían de robarle vida a los hombres y que engañaban a niñas para que las niñas acudieran a ellas y así convertirlas en brujas, les dijo que las brujas representan una parte del ejercito de satanás y que mientras más hay, más se fortalecen. También les comentó que cada luna nueva, las brujas hacen su aquelarre para invocar y ofrecer vida a satanás y que para esto necesitan hombres. Tía Chenda era solo una de las 4 brujas principales de esa junta de Brujas y que Ana era una bruja “joven”, que Ana extendía su vida a base de la vida de los niños y que eso la mantenía joven, lo cual la hacía estar activa durante el día buscando niños y desapareciéndolos, a diferencia de Tía Chenda una bruja antigua que cada día se debilitaba más por la falta de hombres a los cuales quitarles sus años de vida, que esa debilidad le impedía salir de su terreno y que tenía un guardián que la protegía de algún enemigo. De Flor le dijo que fue engañada por otra bruja que usó a sus hermanos para alejarla de su familia y acercarla a ellas, pero que Flor era una bruja blanca, nunca desarrolló poderes oscuros y fue expulsada de la Junta, pero no desterrada, ella sirve para enviar gente a las brujas a cambio de no meterse con su familia. Las 2 niñas recién nacidas de las que tenían sus actas de defunción eran de Flor, ella no quería tener hijas para que no se las quitaran las brujas y que al nacer las dejó morir y fingir muerte de cuna. Para proteger su identidad Ana registro a las niñas a su nombre y así ofrecerlas al maligno. Por último el brujo le dijo a Sabino que necesitaba deshacerse de todo lo que tenía adentro, ya que por un buen tiempo estuvo teniendo sexo con una bruja y bien o mal eso lo hacía ser parte de ella. Sabino le preguntó que si eso era lo que lo había salvado de ser atacado por el perro del hombre que limpiaba maíz en el camino a Tibernal, que él se sentía acompañado y que algo asustó al perro y lo ahuyentó. No, fue la respuesta. Quien te acompañó durante todo el camino era otra mujer, quien sostuvo la cadena del perro de Tía Chenda fue otra mujer, quien te cuido toda la noche después de desmayarte fue otra mujer y si quieres saber su nombre yo te lo puedo decir. Sabino accedió y acto seguido el brujo cual mago callejero le pidió sacar una carta de una baraja inglesa y Sabino lo hizo.


La carta era la Reina de Corazones. Como su esposa Reina –a decir de Sabino- la única en su corazón.

ARM.

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