CUANDO LA MUERTE LLAMA A LA PUERTA



Todos conocemos a alguien que ha pasado por algún evento cercano a la muerte. La mayoría han estado envueltos en algún tipo de accidente o enfermedad, otros cuantos quizás en alguna circunstancia de violencia, pero muy pocos pueden decir que han estado cerca de la muerte, al menos no de la manera en que Pablo lo hizo.

Pablo no tiene vicios, no tiene novia, no tiene muchos amigos, no tiene mucho tiempo libre. Trabaja en una tienda de autoservicio y por lo general atiende el turno de la noche, según él, porque es cuando menos trabajo hay.

El turno de trabajo de Pablo comienza a las 10 de la noche y termina a las 6 de la mañana, en algunas ocasiones y por decisión propia cubre doble turno, como ya les había contado Pablo no tiene novia ni muchos amigos. Él prefiere pasar el día entero entre las cuatro paredes que componen la tienda, de repente entra a la parte trasera de los refrigeradores donde acomoda la cerveza o los refrescos y se duerme un rato, el suficiente para descansar pero no demasiado, el frió lo podría enfermar.

Una noche, tal vez las 11 de la noche, Pablo atendió a una señora muy extraña, la mujer compraba una veladora, una caja de cerillos y una caja de cigarrillos. La mujer le dijo que no llevaba dinero corriente consigo, pero que a cambio de los productos le dejaría una moneda de plata. Pablo verificó que la moneda fuera de plata legitima, no era la primera vez que alguien intentaba pagarle con una moneda "valiosa" y resultaba ser falsa. Pablo notó que la mujer sudaba, que se soplaba con la mano y parecía tener la boca seca, los labios tenían una tonalidad blancuzca y los tenia partidos, como de alguien que no ha tomado agua en mucho tiempo. Pablo conocía esa sensación, él había intentado cruzar la frontera hacia estados unidos por la vía del desierto y afortunadamente para él, la policía migratoria los encontró y los llevó detenidos a un lugar seguro; él y los demás llevaban 1 día perdidos y solo daban vueltas por caminos confusos, en algún momento el calor del día y el frío de la noche los iba a derrotar.

Pablo verificó que la moneda era legitima y aceptó el trato de la mujer, el pagaría con su dinero la compra y conservaría la moneda en su poder. La mujer complacida agradeció el gesto, tomó la mano de joven y le dijo: "Gracias muchacho, tu ayuda se verá recompensada. Nunca niegues ayuda a quien con respeto te la pide". Las manos de la mujer estaban tan frías como una bolsa de hielo, su voz delicada era penetrante y sus ojos tenían un profundo color negro que llamaban poderosamente la atención de Pablo. De nada señora, buenas noches -respondió- y la mujer salió por la puerta tan rápido como que olvidó una bolsita de terciopelo, con 4 monedas más de plata en su interior, cuando el muchacho quiso alcanzarla, la mujer se había perdido de vista.

Bueno, a lo mejor regresa. Ya si no, pues lo tomaré como mi aguinaldo adelantado -se dijo a sí mismo.

Esa noche tuvo dos clientes más, un hombre totalmente borracho que por la ventana de servicio le pedía cervezas, a lo cual Pablo le respondió que ya había pasado la hora permitida para vender alcohol. El otro era un joven que pidió una veladora, una caja de cerillos y una cajetilla de cigarrillos, pago con un billete y se fue sin recibir su cambio.

Ya por la mañana, terminado su turno, Pablo caminó hacia su casa. Él vivía a unos 25 minutos de su trabajo, por lo que caminaba todas las mañanas hasta la casa de una vecina que vendía jugos y tortas, compraba un jugo mitad naranja-mitad zanahoria y un pambazo, ese era su desayuno de casi todas las mañanas.

Ya en su casa, Pablo se acostó a dormir, tenía que descansar puesto que ese día le tocaba trabajar el turno de la tarde.

El teléfono suena y Pablo despierta. ¿Sí? - Responde-, Hijo como estás, todo bien por allá?. Era la mamá de Pablo. La señora le hablaba para cerciorarse de que su hijo estuviera bien, había escuchado en la radio que muy cerca del trabajo de su hijo había ocurrido un doble homicidio. Al parecer un tipo entro a robar a una casa y mató a las únicas dos personas que ahí vivían. Cuando la persona que ayudaba en la limpieza de la casa llegó a trabajar,  pudo ver desde afuera que había muebles tirados en la sala y que faltaba una televisión, por lo cual dio aviso a la policía de inmediato, al llegar la policía, encontraron a una mujer y a su hijo muertos por puñaladas.

Pablo no sabía de qué hablaba su mamá, solo le dijo que entre sueños logro escuchar una patrulla pero eso era todo.

Las madres tienen ese instinto de protección sensorial, esa sensación de saber cuándo sus hijos se encuentran en una situación complicada o de riesgo, por lo cual, ese día le pidió a su hijo que se cuidara mucho, que antes de irse a trabajar rezara y se persignara al salir de la casa, que pidiera a dios que lo cuidara y lo regresara con bien. Para Pablo todo era parte de una paranoia de su madre, él se metía a la tienda y no salía hasta la mañana siguiente, ¿Qué le podía pasar?

La tarde llegó, como de costumbre, Pablo salió a comprar algo de comer para después irse a trabajar. Durante el camino a la tienda de abarrotes de Don Oscar, Pablo no dejaba de pensar en que la noche anterior, mientras él trabajaba, una mujer y su hijo morían a manos de algún maleante, "Nadie tiene la vida comprada" -Pensaba para sus adentros-. "Don deme mi calaverita", fueron las palabras de una bruja y un diablo, no median más de 1 metro de estatura y como buenos entes del mal que se respetan, iban acompañados de su mamá.

Pablo había olvidado por completo que ese día era 31 de octubre, Halloween para los que celebran esa festividad o la víspera de Todos Santos para los que celebran Día de Muertos. En cualquiera de los dos casos, el último día de octubre era una fecha importante espiritualmente hablando. Los celtas tenían una celebración pagana celebrada durante lo que ellos llamaban "Samhain" o "El fin del verano", para ellos, el lugar de los espíritus era un lugar de felicidad perfecta en la que no había hambre ni dolor. Los celtas celebraban esta fiesta con ritos en los cuales los sacerdotes druidas, sirviendo como "médiums", se comunicaban con sus antepasados, en espera de ser guiados en esta vida hacia la inmortal. Se dice que los "espíritus" de los ancestros llegaban en esa fecha a visitar sus antiguos hogares. Muy parecido a lo que en México celebramos los días 1 y 2 de noviembre, El Día de los Muertos.

El día transcurrió en completa calma y tranquilidad, Pablo pudo hacer sus cosas y se preparó para el trabajo. Por alguna razón la llamada de su madre había hecho bastante eco en su cabeza, no dejaba de pensar en aquella noticia, en lo mal que se sentiría si algo así le pasara a su familia, además de que fue días antes de Día de Muertos. Llegando al trabajo saludos a sus compañeros con los que hizo el cambio de turno, recibió el dinero de la caja y junto con su compañero de turno, comenzaron a trabajar. Esa noche tenían la recomendación de cerrar la puerta temprano y solo atender por la ventana de servicio, era una noche con mucho movimiento, fiestas de disfraces por todos lados, jóvenes que saldrían alcoholizados de los antros en busca de seguir la fiesta, y al ser quincena, uno que otro ladrón buscando hacer dinero fácil.

Las primeras horas del turno de la noche, sucedieron como de costumbre, ventas menores, poca gente, y muchas recargas de saldo para el celular. Pasadas las 12 de la noche, Oseas, el compañero de turno de Pablo, cerró la puerta para evitar que los clientes o algún ladrón entraran y así solo atender por medio de la ventana de servicio que está en las puertas. A partir de ahí, la noche cambió por completo.

Habrán pasado unas dos horas desde que cerraron la puerta y no había ido ni un solo cliente, no habían vendido nada, raro para esa noche. Pablo y Oseas platicaban todo tipo de vivencias, hasta que las vivencias se tornaron más oscuras. Comenzaron a contarse historias de terror unos a otros, casi como una competencia, tenían que entretenerse en algo, seguían sin tener un solo cliente esa noche. Pablo estaba a mitad de una historia sobre un "Nahual" que se robaba las gallinas de su abuela, cuando de pronto un golpe fuerte se escuchó en una de las ventanas frontales de la tienda, rápidamente ambos fueron a ver qué había pasado, el cristal no estaba roto o quebrado y solo había un pájaro negro con el cuello roto en el suelo.

¿Y ahora? ¿Qué hacia ese pájaro volando a estas horas?, preguntó Oseas, mientras buscaba sus llaves para salir y echar al ave al basurero. Rápidamente Pablo reaccionó y le dijo que no abriera, que podría ser una trampa. Pablo había visto en una película una estrategia similar, una mujer en busca de venganza, lanzaba aves muertas a la puerta de su agresor con la finalidad de que el saliera de su casa y ella pudiera entrar por detrás. "Capaz que hay alguien escondido y espera a que abramos la puerta para entrar y asaltarnos" - dijo Pablo. Los dos jóvenes se quedaron callados unos segundos y decidieron dejar ahí al ave y regresar a sus lugares de trabajo. Para mantenerse activos y despiertos Oseas decidió irse a acomodar las cervezas en los enfriadores y Pablo se puso a rellenar los estantes de botanas, tenían la esperanza de que en poco tiempo pasaran los desvelados en busca de más alcohol y comida para seguir la fiesta. Pasaron unos minutos y alguien llamó a la puerta, era una pareja en busca de una botella de Whisky, condones y cigarrillos, eran sus primeros clientes en horas, por lo cual, Pablo los atendió de inmediato, al entregarles sus cosas, Pablo notó que afuera todo era oscuridad, la luz de la lámpara de la esquina se había fundido y las casas vecinas estaban completamente a oscuras, la única luz en esa calle era la de la tienda, no pasaba ni un solo auto, no había barullo en las calles, no se escuchaba música cerca, ni la patrulla de policías que iba a dar sus rondines había pasado esa noche. Pablo no lo externaba pero sentía miedo, había algo en el ambiente esa noche que no le daba "buena espina", El aire era más frío que el de costumbre, la oscuridad ocupaba todo su campo de visión, el silencio era lo más ruidoso además de sus pláticas esa noche, Les dieron las 3 de la madrugada y ya se les habían acabado los temas de conversación, Pablo se dio cuenta que no conocía tan bien a su compañero como él creía, por lo cual, decidió contarle lo que había sucedido la noche anterior. Pablo le contó a Oseas que la noche anterior una mujer extraña fue a comprar una veladora y otras cosas y que al no traer dinero, le pagó con una moneda de plata, pero que al irse, no se dio cuenta y dejó en el mostrador una bolsita con 4 monedas más; sacó de la bolsa de su pantalón una bolsita de terciopelo y la agitó para comprobar que eran monedas. Oseas le dijo que no las vendiera, que esperara unos días por si regresaba la mujer. Pablo le dijo que ya lo había pensado, por eso cargaba la bolsita con él, por si regresaba su dueña.

La tranquilidad de la noche les estaba pasando factura, el sueño se apoderaba de ambos y seguían sin tener un solo cliente esa noche, Pablo se acercó a la puerta y asomó su cabeza por la pequeña ventana de servicio, trataba de ver si más allá en esa calle había algo que indicara que no había paso o si había cerrado la calle por alguna fiesta o velorio; no logró ver ni escuchar nada, hasta que de la oscuridad y caminando a paso lento, dos ancianas se acercaron a él y le dijeron: "Buenas noches joven, buscamos la casa de la familia Torres, pero no la encontramos, sabemos que es por aquí, venimos hace un año pero ya no encontramos la casa, la oscuridad no nos deja ver nada", Pablo inmediatamente le preguntó a Oseas si conocía a la familia Torres, que las señoras buscaban a la familia Torres, Oseas le dijo que no, él tenía poco tiempo de vivir por ahí, no conocía a todos los vecinos, las ancianas agradecieron las atenciones de los jóvenes y se despidieron, antes de que se fueran, Oseas les dio 2 velas blancas y las prendió con un encendedor, les dijo que afuera estaba muy oscuro, que al menos se alumbran con las velas y que si no encontraban la casa, regresaran para pedirles un taxi de regreso, las mujeres agradecieron y se marcharon, solo las vieron perderse en la oscuridad con sus velas en mano. A partir de ese momento la noche cambió totalmente.

Casi inmediatamente después de que las ancianas se fueron, un hombre alto, vestido de traje y descalzo llamo a la puerta para preguntar por una mujer de nombre Claudia, el hombre tenía entendido que en esa dirección estaba su casa pero por alguna razón no la podía encontrar, lo jóvenes pensaban que todo era una mala broma, la gente seguía preguntándoles direcciones de gente que no conocían. La respuesta de los jóvenes fue negativa y el hombre se marchó. Justo en el momento que veían al hombre alto alejarse entre la noche, un ruido en la parte trasera de la tienda hizo estremecer a Pablo y compañía, escucharon caer varias botellas de vidrio, inmediatamente fueron a ver lo que había pasado y no vieron nada extraño, las cajas de cervezas y de jugos estaban en su lugar, en el piso no había algún liquido o restos de vidrio roto. El miedo se apoderó de ambos, ese miedo que te hace desconfiar de cualquiera, ese miedo que te recorre la espalda y te deja inmóvil por algunos segundos. ¿Tú lo escuchaste? preguntó Oseas, a lo que Pablo solo asintió con lo cabeza. Esto está muy raro, primero no viene nadie, de repente aparecen dos viejitas, luego un tipo de traje y ahora esto, voy a marcar a la policía para que nos manden una patrulla, decía Oseas con una voz entrecortada y con las manos temblando por los nervios que invadieron su cuerpo. Oseas estaba a punto de levantar el teléfono para marcar el número de la comandancia cuando de repente volvieron a tocar la puerta; era la mujer de la noche anterior, la que había dejado sus monedas de plata en el mostrador. Pablo la reconoció al instante y le dijo a Oseas que colgara, que la mujer dueña de las monedas había regresado. Pablo se acercó a la puerta y preguntó que se le ofrecía a la mujer, ella le contestó que la noche antes ella había olvidado algo en la tienda y que lo necesitaba, Pablo le preguntó qué era lo que había olvidado para verificar que fuera la dueña y la mujer contestó: cuatro monedas de plata en una bolsa de terciopelo, no cabía duda eran de ella. Pablo se disculpó y de la bolsa del pantalón sacó las monedas y se las entregó a la mujer, ella en forma de agradecimiento le regaló una moneda, le dijo que la cuidara bien y se dio la vuelta para marcharse, la mujer dio dos pasos y se agachó a recoger al pájaro que temprano esa noche había chocado con el cristal de la entrada y se había roto el cuello, ella lo tomó entre sus manos y comenzó a frotarlo como tratando de darle calor, Pablo y Oseas veían con atención a la mujer cuando de repente, el ave comenzó a agitar sus alas, se puso sobre sus patas y emprendió el vuelo, los jóvenes veían sorprendidos los que acababa de suceder, ellos pensaban que el ave había muerto y mientras tanto la mujer se alejaba.

Ya eran alrededor de las 4 de la madrugada y Pablo no dejaba de pensar en lo que había visto, se preguntaba si todo lo que estaba sucediendo esa noche no era más que una broma o una alucinación. Oseas por su parte se metió a dormir unos minutos a la bodega, cosa que hacía muy seguido, dejando a Pablo al pendiente de la tienda. El sueño le estaba ganando a Pablo, quien sentado en una silla buscaba videos en su celular para distraerse y olvidar un poco lo sucedido momentos antes, era mientras veía un video de fútbol cuando vio que una persona robusta entraba caminando a la bodega donde Oseas dormía, rápidamente se paró y fue en busca del intruso, con un tubo en mano y una botella de licor en la otra, le gritó fuerte a Oseas, el otro despertó de inmediato y preguntó que pasaba, Pablo le dijo: "Hay alguien adentro, lo vi entrar aquí", encendieron las luces y comenzaron a buscar; no encontraron nada. Oseas un poco molesto le reclamó a Pablo por despertarlo y de repente escucharon voces, voces alrededor de ellos, voces de hombres y mujeres, era un barullo grande, salieron a la parte frontal de la tienda y no había una sola persona, solo escuchaban las voces, las iras y el sonido de muebles que se mueven de lugar. Pablo invadido por el miedo, recordó la recomendación de su madre y se hincó a rezar, rezaba lo que sabía y lo demás eran peticiones de ayuda a Dios, Oseas hizo lo mismo, juntos rezaban cada quien por su lado y en desorden, con los ojos cerrados, hincados a mitad de un pasillo de la tienda, temblaban de miedo, puesto que las voces y los ruidos no dejaban de escucharse hasta que alguien llamó a la puerta. Pablo dio un salto y corrió a la puerta con las llaves en la mano, invadido por los nervios no alcanzó a ver quién llamaba a la puerta, tenía la vista puesta en el manojo de llaves, urgido de encontrar las llaves de la puerta principal. "Tranquilo Joven", le dijo la voz del otro lado de la puerta. Era un oficial de policía y en la calle había una patrulla.

Cuando Pablo vio al policía y a la patrulla se tranquilizó un poco, les dijo que estuvieron intentando llamarles desde más temprano porque nadie fue a hacer rondín, el oficial se disculpó con ellos y les dijo que esa noche habían tenido muchas llamadas de emergencia, algunas provocada por bromistas aprovechando las fechas del Halloween y Día de Muertos, pero que otras emergencias si fueron reales y tuvieron que atenderlas, incluso les comentó que muy cerca en esa colonia habían encontrado muerto a un ladrón que buscaban desde la noche anterior, "al parecer se pasó de droga" dijo el oficial y continuó: Cuando nos dieron aviso de un cuerpo que no se movía en la banqueta, fuimos a ver y efectivamente había un hombre ahí tirado, en una posición extraña, como queriendo cubrirse de algo, todavía tenía los ojos abiertos y su expresión era como de miedo, de esos drogadictos levantamos al menos 2 cada semana, que se pasan de droga o la combinan con algo más fuerte y en sus alucinaciones se quedan, ya después buscamos su identificación o algo y por lo tatuajes y su credencial pudimos ver que era el que estábamos buscando. Por eso venimos a verlos, sabemos que en esta parte está más solitario y pues no queremos más reportes de asaltos o algo así, ya queremos descansar un rato.

Pablo abrió la puerta para que los policías entraran y pudieran comprar ellos mismos unas botellas de agua y café. Oseas y Pablo le contaron a los policías lo que había visto y escuchado esa noche, los policías se veían entre sí dudando de la veracidad de la historia, hasta que uno preguntó: "¿Y la muchacha también escucho todo eso o la acaban de meter?", mientras todos se reían con un tono burlón. ¿Cuál muchacha?, preguntó Pablo con tono serio y desencajado, las risas cesaron y el policía ya con una cara más seria le dijo: "La que se metió corriendo a la bodega, cuando íbamos llegando y mientras estacionábamos la camioneta, la muchacha nos vio y se metió corriendo a ese cuarto", mientras señalaba la bodega. Para Pablo y Oseas esa declaración les cayó como un balde de agua fría, el corazón les comenzó a latir de manera muy acelerada, se miraban entre ellos con miedo y cuando pudieron hablar le dijeron a los policías que no había nadie más adentro, que era política de la empresa no dejar entrar a nadie más después de la hora de cierre e incluso invitaron a los policías a revisar la tienda. Uno de ellos aceptó y revisaron de cabo a rabo el inmueble y no encontraron nada, también revisaron los videos y los policías constataron que en todo ese tiempo nadie más había entrado. Los oficiales se quedaron confundidos, comenzaban a creer la historia de los dos jóvenes y les parecía aún más extraño el hecho de que todos habían visto a la muchacha correr hacia la bodega. Pablo les pidió que se quedaran ahí hasta que terminara el turno, no tardaba en salir el sol y eso les ayudaría mucho a sobre llevar el susto que acababan de vivir, el jefe de la cuadrilla les dijo que no podían quedarse todos, pero que dejaría a dos elementos afuera de la tienda por cualquier cosa y que pasarían cada media hora a ver cómo iba todo; los jóvenes aceptaron.

El resto de la madrugada transcurrió sin sobre saltos, todo se había vuelto silencio, solo se escuchaba la música de banda que emitía el celular de uno de los policías afuera de la tienda. Cuando los primero rayos del sol se dejaron ver, tanto Pablo como Oseas se tranquilizaron, como si el sol y la luz fueran un manto protector que aleja a los malos espíritus, la calma volvió y con ello un cliente.

Don Claudio como todas las mañanas pasaba muy temprano de camino al trabajo para comprar un café y pan, ese era su desayuno de todas las mañanas. Buen día jóvenes -saludó Claudio- ¿cómo les fue?, a lo que Oseas respondió: "Mal don Claudio, nos asustaron anoche, ya hasta quiero cambiar el turno, yo al rato no regreso". Don Claudio intrigado, les pregunto que les había pasado, les dijo que se veían un poco cansados, ellos le contaron todo, le contaron como desde que cerraron la puerta comenzaron a suceder cosas extrañas, las voces, las risas, la gente mayor preguntando por direcciones a esas horas de la noche y como incluso los policías fueron testigos de ver a una muchacha que nunca existió. El viejo Claudio no parecía extrañado, les dijo que cosas como esas suceden en esas fechas, que en esa época la puerta entre el mundo de los vivos y los muertos se abre y que es difícil diferencia quien es quien en esta vida, les dijo que no tuvieran miedo de los muertos si no de los vivos, que no hicieran caso al miedo, porque lamente es traicionera, después de eso se despidió y se fue.

Los trabajadores del turno de la mañana llegaron Pablo se fue directo a su casa, esa mañana no pasó a desayunar, en cambio, se desvió varias cuadras para llegar a la iglesia más cercana, tenía que agradecer a Dios por haberlo cuidado esa noche y prometer que no volvería a dudar de él. De regreso a su casa, pasó a comprar a la tienda de una mujer que tenía fama de ser muy comunicativa, de esas señoras que están más pendientes de lo ajeno que de lo propio. Pablo creía que era una buena opción para saber un poco más sobre lo que le había ocurrido la noche anterior.

Después de pagar, Pablo le preguntó a la mujer que si ella no conocía a la familia Torres, que se supone vivían cerca de la tienda de autoservicio en la que él trabajaba, la mujer hizo una expresión de sorpresa, hacía ya más de 15 años que nadie preguntaba por esa familia.

- Sí, claro que se quiénes son. ¿Tu porque preguntas? -Contestó con un tono de enfado la mujer.
- La verdad por nada en especial, ayer mientras trabajaba, dos ancianas llegaron a la tienda a preguntarnos por la casa de la familia Torres, que según ellas estaba ahí, pero ya no la encontraban.
- ¿Dos mujeres ancianas?, hay muchacho, a ti te fueron a visitar las animas.

Pablo cambio el semblante, esa no era la respuesta que buscaba, por lo que convenció a la mujer que le contara lo que sabía, y que le explicara porque decía que lo habían visitado las animas. La mujer le contó que hace 1 año, esa tienda donde Pablo trabajaba, no existía. "En ese lugar había una casa de buen tamaño, que en su momento fue habitada por una familia de apellido Torres. La familia estaba compuesta por dos hermanas, que fungían como las jefas de la familia, tenían dos sobrinas que recogieron de la calle cuando eran pequeñas y el esposo de una de las sobrinas. La familia tenía dinero, las mujeres habían heredado esa casa y dinero de sus padres, el problema fue que nunca se casaron ni tuvieron hijos, vivían solas cuidándose una a otra hasta que se trajeron a esas niñas, con el tiempo las muchachitas crecieron y una de ellas se casó con un tipo flojo que solo se gastaba el dinero de ellas, hasta que se les acabó. Ya sin dinero y ellas ya mujeres grandes comenzaron a dejarle al esposo de una de sus "sobrinas" la responsabilidad de la casa. El tipo era borracho, mujeriego, jugador, flojo, que otra cosa se podía esperar de él, pues que convirtiera esa casa en una casa de citas. Se cuenta que al principio obligó a su esposa y a su cuñada a prostituirse, para luego contratar a otras mujeres para trabajar ahí, diario llegaban muchos hombres en busca de muchachas para hacer sus cochinadas. En esa casa se vendían no solo caricias, también vendían alcohol, drogas y armas, hasta que un día el jefe de la policía les subió la cuota y el dueño del prostíbulo lo intentó matar mientras él se metía con una mujer. Después de eso, el tipo se fue huyendo, dejándoles todo el problema a las mujeres y a sus sobrinas, la casa fue desalojada y revisada por la policía, en el patio de la casa encontraron enterrada a una muchacha que murió de una sobredosis, como no la pudieron identificar, le pusieron "Claudia", que era el nombre con el que ella se hacía llamar ante los clientes".

Pablo interrumpió el relato de la mujer para decirle que un hombre llegó después de las ancianas a preguntar por la casa de una joven llamada Claudia, y como le dijeron que no había nadie con ese nombre, se fue; que el hombre vestía traje y andaba descalzo. La mujer solo le dijo, que posiblemente era otro espíritu visitando ese lugar.

"En esa casa ocurrió de todo, no dudo que alguien se haya enamorado de una de las muchachas de ahí y al día de hoy siga buscándola, recuerda que hoy vienen los difuntos a visitar a sus seres queridos -Contaba la mujer con mucha naturalidad- y pues puede ser que ese hombre que tú dices, haya venido a buscar a su querida Claudia. Después de la muerte de las hermanas Torres, las sobrinas se fueron y dejaron la casa en completo abandono, hasta hace unos meses que la derrumbaron para hacer la tienda esa".

Pablo agradeció a la mujer por su tiempo y caminó directo a su casa, en el camino compró un periódico del día anterior (Pablo los usaba para levantar los desechos de los perros de la vecina que se hacían en su entrada). Ya en su casa, tomó un baño y para poder dormir, le dio un vistazo al periódico, en la sección de la nota roja, leyó la historia de la mujer y su hijo que fueron asesinados en su casa por un ladrón, el amarillista periódico contenía fotografías de los fallecidos y fotografías en vida. Pablo inmediatamente reconoció a la mujer y a su hijo, eran los mismos que habían pasado hacia dos noches a la tienda a comprar una veladora, una caja de cerillos y una caja de cigarros. Pablo se sintió mareado por un momento, no creía que fueran las mismas personas, pero por alguna razón no dejaba de ver sus caras una y otra vez en su mente, él recordó que la mujer le había regalado una moneda de plata esa madrugada y que la tenía en el pantalón del trabajo, corrió a la habitación y vació sus bolsas; la moneda de plata no estaba, en su lugar había un diente grande y amarillo que Pablo nunca pudo explicar.

Pablo nunca supo a ciencia cierta qué fue lo que pasó esa noche, ni la noche anterior, pero día a día saca conclusiones nuevas. Lo único que le consta es que la muerte llamo a la puerta varias veces.


ARM.

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