TAMARA LA NIÑA QUE QUERÍA SER BRUJA... (primera parte)



Los que conocen a Tamara desde niña saben que no es una persona amable, por el contrario, siempre fue una niña mal educada, caprichosa, mimada. En los mejores tiempos de su familia, su padre era ingeniero en una empresa de plataformas que le trabaja de manera externa a PEMEX, su madre era maestra con doble plaza y aparte de eso tenían un restaurante familiar a la orilla de la carretera, por lo cual era muy concurrido. La familia Ruiz era una familia hasta cierto punto desahogada, dinero había, comodidades habían, pero nunca hubo mucha atención. Tamara pasaba la mayor parte del tiempo en casa de su abuela, desde que iba por ella a la escuela hasta la noche que llegaba a su casa a cenar y dormir.

Tamara desde pequeña fue poniendo una barrera entre ella y el resto de los niños, no le gustaban las fiestas de cumpleaños, no le gustaba que los demás niños fueran a su casa. Su única amiga era su abuela, una señora de 60 años muy atenta y educada. Doña Clara se encargaba de todo, la cuidó como nadie hasta el día de su muerte. Su madre recuerda que cuando era pequeña la escuchaban hablar sola en su recamara, como si alguien la acompañara, pero que nunca había nadie. Tamara era una niña muy precoz, comenzó a caminar a los 10 meses, a los 2 años ya podía conversar, aprendió a leer a los 4 y a los 6 ya resolvía problemas básicos de matemáticas, era el orgullo de sus padres y obviamente de su abuela Clara.

Doña Clara, era conocida por sus vecinos como “Doña Rara”, por las mañanas cerraba toda la casa y ponía música de Polka. A las 12 del día salía a lavar la banqueta y parte de la calle que estaba frente a su casa, después de lavar esparcía un polvo que parecía canela. Se sentaba en su corredor y a las 2 de la tarde pasaba un auto por ella y la llevaba a recoger a su nieta a la escuela. Por las tardes la mujer abría las ventanas y puertas de la casa y prendía velas. La mujer siempre fue muy atenta con los vecinos, en alguna ocasión incluso fungió de partera de la joven que no tuvo tiempo de llegar al hospital; en agradecimiento la joven le puso Clara a su hija. Doña Clara era muy quería por los niños, seguido hacia dulces de fruta o dulces de leche y los regalaba, cuando hacía calor hacia bolsitas de hielos de sabores y también los regalaba a los niños. Tamara en cambio, no hablaba con los vecinos, no le gustaba que los niños visitaran a su abuela, de cierto modo sentía que le restaban su atención. 

Raúl –el padre de Tamara- trabajaba 15 días en las plataformas y descansaba 15 días con su familia, cuando él estaba en casa, ocupaban los fines de semana para salir de viaje a lugares cercanos con la finalidad de que Tamara no estuviera encerrada con su abuela todo el día y que socializara un poco. Fue un domingo, ya cuando Tamara tenía unos 13 años, que mientras ellos visitaban unas ruinas prehispánicas, fueron avisados de la muerte de la abuela Clara, la abuela era mamá de Dolores y había sido el hermano de esta quien al visitar a su madre, la encontró sentada en su sillón sin moverse, al parecer había muerto de un infarto fulminante, sin dolor dijo el doctor.

Esa noche ellos regresaron a casa y Tamara no hablo hasta que vio el cuerpo de su abuela, a pesar de que por su edad no querían dejarla ver a su abuela, ella lo hizo y solo dijo: “No te preocupes mama Clara –como ella le decía-, ya me decidí”.

Desde ese día Tamara se volvió más irritable, socializaba menos, no tenía amigas, no le interesaban los muchachos, la relación con sus padres se perdía cada vez más. Leía mucho, devoraba libros, escuchaba música que no era la que generalmente escuchaban las muchachas de su edad, vestía de manera extraña, comía poco, veía películas de horror; prácticamente era una adolescente común en esa etapa que los padres denominan como “la edad más difícil”.

Una tarde mientras Tamara salía a comprar, su madre Dolores entro a su recamara buscando un accesorio de belleza y encontró en su cama una caja de madera que ella había visto años antes en casa de su mamá. La caja no tenía cerradura y la abrió. En su interior tenía una carta escrita por doña Clara y dirigida a Tamara, la carta decía:

“Mi niña, tu sabes bien que te amo infinitamente, sabes bien que todo lo que he hecho es por ti y tu familia, eres la luz de mis ojos, por lo mismo te pido que cuides a tu mami como yo no he podido hacerlo y que a tu papi, lo regreses a casa pronto, sé que los necesitas y ellos no se dan cuenta, ojalá pronto logres lo que te propusiste cuando eras niña. Yo ya no estoy contigo, mi fecha expiró, pero estaré contigo siempre que me necesites, recuerda que siempre hay una estrella que te guía, un portador de luz que te acompaña. Te regalo mis libros y mis discos, cuídalos mucho ya no quedan muchos de esos. Te ama mama Clara”. Acompañando a la carta había 3 libros, 2 en español y uno en gaélico, 4 CD sin portada, parecían grabados con música mp3, una esclava de oro y una foto de Clara.

A Dolores le pareció un detalle muy lindo de parte de su madre para con su hija, incluso tuvo esa noche una plática con Raúl sobre, dejar una de sus plazas de maestra para estar más cerca de su hija, o incluso que Raúl dejara su trabajo como ingeniero y se dedicara de lleno al Restaurante. Los dos quedaron en hablar de eso  otro día, con Tamara presente.

La actitud y personalidad de Tamara cambiaba poco a poco, de manera lenta pero segura se hizo de 2 amigas, no eran las mejores influencias de la escuela, pero para sus padres era un avance, pensaban que tal vez ya por fin Tamara superaría la muerte de su abuela. Pasaba muchas horas fuera de casa, las calificaciones en la prepa bajaban, un día mientras salía de bañarse, Dolores notó que Tamara tenía un tatuaje en la espalda, como de un pentágono con fuego, en la escuela la habían atrapado fumando, una noche llego con aliento alcohólico. De repente pasó de ser una joven con problemas para socializar a una chica problema. 

Una noche Raúl y Dolores asustados, decidieron revisar la recamara de Tamara en busca de drogas o algo que les indicara porque el cambio de su hija, ya no sabía si preferían a la nueva Tamara o a la de antes. No encontraron drogas, en cambio encontraron una libreta negra amarrada, era un diario, dentro de él había recetas, conjuros y anotaciones que sacaba de libros o canciones, también habían dibujos de animales desfigurados y de mujeres con aspectos tenebrosos, en una de las paginas estaba escrito un poema que hablaba del demonio y también estaba dibujado el tatuaje que ella se había hecho en la espalda.

Esa noche Raúl y Dolores confrontaron a Tamara, lo que habían encontrado los había asustado, temían que Tamara estuviera metida en alguna especie de secta satánica, meses antes habían atrapado a dos delincuentes sacrificando a 2 gatos negros en una escuela abandonada; salieron libres 3 días después. La cuestionaron sobre los diarios, sobre las imágenes, sobre los dibujos, la cuestionaron sobre su tatuaje, pero ella no decía nada. Dolores en un arrebato de enojo, busco la caja que Clara le había regalado a Tamara y amenazo con quemarla con las cosas de adentro si no decía la verdad, pero la verdad no era la que esperaban y tampoco era tan seria como ellos creían. 

-“Quiero ser una bruja”, ¿eso quieren escuchar? Pues ya lo dije, quiero ser una bruja y ustedes no me lo van a impedir.

- ¿Una bruja?, hija las brujas no existen, son inventos de la gente –contestó Dolores-, la brujería es pura charlatanería para sacarle dinero a la gente crédula.

- ¡Ay mamá! Jajaja, viviste toda tu vida con una y nunca te diste cuenta –contestó Tamara con tono irónico- fuiste criada por una, la abuela Clara era bruja mamá y yo quiero ser como ella.

- Tu abuela ya está muerta, respeta. No la metas en tus mentiras, mañana mismo te hacemos un examen antidoping –intervino Raúl-.

Esa noche Dolores no pudo dormir pensando en las palabras de su hija, la declaración de que su madre pudiera ser una bruja la había hecho dudar, sabía que los vecinos le decían Doña Rara pero no sabía porque, pensaba que solo era por la música que escuchaba.

Al otro día, Tamara no estaba, se había llevado un poco de roba, algunos libros y la caja que Doña Clara le había regalado. Sus papás no sabían a donde ni con quien se había ido, no sabían si llevaba dinero o como se había ido. Una compañera de la escuela les comentó que había escuchado hablar a Tamara con alguien en el baño y le decía que se iba a ir a Hidalgo a vivir, que allá podía vivir si quería, al parecer tenía una tía en ese estado. Además de esa información nadie sabía nada más. 

Durante 7 meses su familia la busco por todos lados, incluso pagaron a gente en hidalgo para buscar a su hija (cabe mencionar que ellos no tenían familia en Hidalgo), la policía dio por desaparecida a Tamara pero al no encontrar cuerpo, la investigación siguió abierta. No había rastros en estaciones de autobuses, tampoco los taxis tenían información. Fueron los 7 meses más largos en la vida de Dolores y Raúl, durante esos meses las pesadillas era recurrentes en Dolores, soñaba que su hija se le aparecía para culparla por lo que le había pasado, soñaba con Clara, que le decía que si ella hubiera sido más observadora, se hubiera dado cuenta y su niña no hubiera escapado.

Una tarde después de haber ido a misa –como lo hacía diario desde la desaparición de Tamara-, Dolores regresó a su casa y en la entrada encontró a Tamara, envuelta en un zarape sucio, completamente desnuda, descalza, con la mirada perdida, tenía marcas de cortes en el cuerpo, el cabello sucio y enredado y lloraba sin poder hablar. Inmediatamente Dolores abrazó a su hija y la metió a la casa, inmediatamente le hablo a Raúl al restaurante para fuera la casa, Tamara había aparecido.

La felicidad de ambos padres era inmensa, habían recuperado a su hija, ahora era momento de saber que le había pasado y ayudarla en su recuperación, no importaba gastar lo que les quedaba con tal de ayudar a su hija.

Esa tarde cuando Tamara pudo calmarse un poco, Dolores la ayudó a bañarse, era el primer baño en mucho tiempo, Tamara tenía la piel sensible y el agua caliente le hacía daño, Dolores le pasaba una esponja con jabón por el cuerpo y mientras lo hacía veía las marcas que tenía su hija, algunas eran marcas al azar, otras tenían formas bien definidas, Dolores lloraba al imaginarse lo que le pudieron haber hecho a su hija durante ese tiempo que estuvo desaparecida, pero notó que el tatuaje de la espalda de Tamara, ahora apenas y se veía, no tenía marcas de que fuera borrado con algún artefacto caliente o raspado y menos que Tamara hubiera ido a sesiones de borrado por medio de lasser. 

Tamara había perdido peso, la ropa que estaba en su closet le quedaba grande. Antes de escaparse Tamara tenía el cabello chino, abundante, negro, ahora parecía que le habían cortado el cabello y era lacio. Sin duda había cambiado, sus papás le llevaron de cenar y esperaban que Tamara se calmara y les dijera lo que había sucedido; no sucedió. Esa noche Dolores durmió en un sillón en la recamara de su hija, cuidándole el sueño y para evitar que se volviera a ir. Esto por recomendación de su hermano, el cual le dijo que muchas veces los adictos regresan a su casa por comida, ropa y dinero, que algunas veces roban lo que pueden para venderlo o cambiarlo por droga, hasta ese momento la familia pensaba que lo que le había pasado a Tamara estaba relacionado con el uso de drogas, que casualidad que cuando le dije que le íbamos a hacer un examen anti doping, se fue, decía Raúl. 

Pasaron dos días y Tamara apenas y se comunicaba, no había más que decir unas cuantas palabras, para pedir agua, alimentos o contestar alguna pregunta directa. El miedo de sus padres era ahora mayor, no dejaban de pensar en todas las posibilidades, querían tener respuestas y Tamara no daba ninguna.

-¿Y si le pasó algo más? ¿Si la violaron? ¿Si la prostituían? ¿Si la torturaban?

-Tenemos que llevarla al hospital para que al revisen y avisar a la policía que la recuperamos –decían sus padres-.

En la tercera noche sucedió algo por demás extraño, alguien había golpeado la puerta de la habitación de Dolores y Raúl, pero eran golpes fuertes y desesperados, forcejeos. Eran las 2 de la madrugada y el ruido los despertó, pensaron que alguien le quería hacer daño a Tamara, Raúl abrió la puerta y no había nadie, corrieron al cuarto de Tamara y ella dormía tranquilamente, incluso estaba tapada con una manta. Dolores y Raúl regresaron a dormir pero no estuvieron tranquilos. 

A la mañana siguiente, encontraron en la sala de la casa un perro muerto, ellos no tenían perro, parecía ser uno de la calle, el animal tenía un corte en el cuello y le habían sacado los ojos. Ese macabro hallazgo lo confirmaba, alguien había entrado a la casa en la noche y si no había entrado nadie, tenía que haber sido Tamara. Cuando Tamara despertó, sus padres le mostraron al perro ahí en su sala, le preguntaron si ella lo había hecho, ella no dijo nada, solo se acercó al animal y lo olio. Dolores le contó a su hija lo que había sucedido la noche anterior, los golpes en la puerta y que vieron que ella dormía. Tamara se sentó en un sillón de la sala y les dijo en un tono serio: “Perdónenme, pero vienen por mí, yo no sabía en lo que me metía, la abuela Clara me lo advirtió, pero yo pensaba que era algo tonto, según yo era como pertenecer a algún grupo, como los gitanos, que viajan juntos y sobreviven en comunas, perdónenme, yo no sabía que todo lo que la abuela Clara me contaba era cierto, ahora me quieren a mi”

-Pero ¿Quién?, ¿De qué hablas?, ¿quiénes te buscan?, ¿quieren dinero?, dinos más.

-Hija, yo voy a arreglar todo, solo dime que pasa, quien te quiere hacer daño.

Tamara entonces les pidió que pusieran un disco de los que la abuela le dejó (antes de desaparecer ella había dejado dentro del modular un disco que estaba escuchando), que cerraran las ventanas y puertas y que abrieran una biblia en Lucas 11:14, solo así podría contarles todo lo que había pasado. Los padres hicieron lo que su hija les había pedido y Tamara comenzó:

“Yo desde chiquita siempre tuve la capacidad de asimilar las cosas más rápido, las mentiras piadosas que ustedes me decían, las entendía a la perfección, las palabras en doble sentido, las insinuaciones sexuales que le hacías a mamá, enfrente de mi disfrazadas de cuentos para niños, yo los entendía y no me importaba, una voz me decía que todo era normal, yo lo asimilaba como parte de nuestro ser como personas, por eso cuando una tarde escuche a la abuela rezarle a un demonio, sabía que lo que ella hacia no era algo normal, no era algo de este mundo, alguna vez pude escuchar la voz que le hablaba a la abuela, las primeras veces me asustaba, pero luego me fui acostumbrando. La abuela era bruja, no les mentía cuando se los confesé, ella me hizo prometer que no les dirían mientras ella viviera y a cambio de mi silencio, ella me enseñaría como ser una bruja. Una tarde mientras hacia mi tarea, la abuela me quería enseñar a tejer un mandil, yo le dije que tenía mucha tarea y me dijo no te preocupes, la tarea se hace sola, se pinchó un dedo con su aguja y con el dedo manchado de sangre todo mi libreta, bajamos a tejer y cuando viniste por mí la tarea ya estaba hecha”.

Dolores y Raúl escuchaban atentos la historia de Tamara, no sabían que creer y que no creer, pero a estas alturas ver a su hija hablar tanto y sin miedo, era para ellos un alivio. 

“Una noche mientras dormía –siguió Tamara-, la abuela entró por la ventana del cuarto y me despertó, me dijo que había dejado la libreta de español en su casa y que me la había venido a dejar, yo pensé que había sido un sueño, pero al otro día en su casa, me preguntó: “¿cómo te fue en la escuela?, ya me imagino como se hubiera puesto tu mamá si la maestra le decía que no habías llevado la libreta de español. Yo solo le dije gracias Mama Clara, cuando entré a la secundaria, la abuela me advertía mucho sobre los muchachos, me decía que me cuidara de ellos porque los hombres solo servían para dar hijos y problemas, a excepción de tu tio y tu papá, ellos son buenos hombres. Si yo hablaba con alguien en la escuela, llegando a la casa, la abuela me decía que tuviera cuidado con esa niña o ese niño, que sus papás eran malos, que sus papas eran corruptos o que eran adictos, yo sé que lo hacía porque me sobre protegía, pero por eso nunca tuve amigas hasta después de su muerte”.

“La abuela desde pequeña me leía historias de libros que guardaba bien, nunca los encontré, eran historias de mujeres con poderes, que vivían libres en los bosques, que hablaban con animales y que nadie les hacía daño, eran como súper héroes para mí, mis compañeras crecían queriendo ser como las Sailor Moon, yo crecía queriendo ser como Karin Svendotter. A parte de leerme esas historias, me contaba lo que hacían cuando se reunían y me contaba que había brujas más malas que otras. Un día le dije que quería ser como ella, que quiera ser una bruja y me dijo que no, que no era una vida para mí, que a mí me esperaban cosas grandes, una vida exitosa, una hermosa familia y que las brujas no podían tener todo eso, yo le pregunté que como ella pudo tener hijos y familia si era una bruja, me contesto que hizo un pacto, donde a cambio de poder cumplir su sueño de ser madre ella daría dulces a los niños. Yo no entendía a lo que se refería, pero le insistía en que quería ser bruja, ella solo me dijo que lo pensara bien y que si me decidía por ello, no habría marcha atrás. La abuela sabía que iba a morir, me lo dijo cuándo me despedí de ella para irnos de viaje, por eso cuando mi tío nos avisó, no lloré, yo sabía que era algo que tenía que pasar”.

Los papás de Tamara escuchaban incrédulos la historia, pero no interrumpía, no sabían si por miedo o por curiosidad.

Tamara seguía:

“Con el tiempo me obsesione con el tema, leí los libros que me dejo la abuela y comprendí que eran libros de protección, busque más libros sobre brujas, conjuros, veía películas, seguía instrucciones de “conjuros” que leía en libros, me hice un tatuaje de lucifer, aun cuando no sabía porque, mi actitud era cada vez más oscura para que nadie se me acercara. Ya en la prepa conocí a Claudia y a Liz, ellas juraban tener libros  sobre sectas satánicas y brujería y me acerque a ellas, un tiempo anduvimos juntas siempre, con ellas jugaba a la ouija y hacíamos invocaciones de demonios, nunca pasó nada, al menos nada de lo que yo me diera cuenta, siempre sentí que algo me protegía. Después de varios meses de estudiar y prácticamente vivir metida en el tema de brujas, logre mi primer hechizo, pedí que papá regresara a la casa y al otro día hubo un incendio en una plataforma, a papá lo evacuaron y le dieron descanso. Lo que nadie me dijo fue que toda magia venia acompañada de consecuencias, en este caso la consecuencia fue la muerte de los trabajadores. Diario hacia cosas menores, desaparecía comida, si yo quería podía ver en mi libreta lo que  los demás escribían en la suya, ahí me entere que la maestra Sonia tenía una relación con el papá de un compañero y una noche hice que su esposa lo descubriera, leyendo en voz alta los mensajes que se mandaba el marido con la maestra. A la semana corrieron a la profa. En la semana que desaparecí yo había decido convertirme en bruja y ofrecí sangre para lograrlo, discúlpame mami, yo provoque tu aborto”.

La siguiente parte será publicada muy pronto...

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